Palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador en el 217 Aniversario del Natalicio de Benito Juárez, desde Guelatao, Oaxaca

Amigas y amigos de Guelatao, de Oaxaca:

Les propongo que escuchemos primero al señor Kerry que es nuestro invitado, me tomé el atrevimiento de invitarlo porque no siempre hemos tenido diferencias con el gobierno de Estados Unidos, ha habido momentos de cooperación y amistad, como cuando el presidente Abraham Lincoln se entendió y apoyó la causa del presidente Juárez, para que tengamos una idea, un dato, el presidente Abraham Lincoln, nunca reconoció a Maximiliano, nunca aceptó esa invasión extranjera de Napoleón III a nuestro país, nunca siendo presidente Abraham Lincoln dejó de apoyar la causa de la República que encabezaba Benito Juárez.

Por eso decidí invitar a John Kerry que además es el representante para el medio ambiente, el clima, para cuidar la naturaleza, del presidente Biden, que también se ha portado con nosotros de manera respetuosa y nunca olvido que la primera vez que nos vimos me dijo: “Ustedes son un país independiente, libre; usted es un presidente soberano, y la relación que quiero tener con usted –me dijo– es una relación a partir de un pie de igualdad, nunca vamos a ofenderles como país independiente, libre y soberano que somos”. Por eso le agradezco mucho al presidente Biden, que nos respeta y aplica la frase del presidente Juárez: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

No quería yo extenderme, era nada más darle la palabra al señor Kerry, lo vamos a escuchar y luego hablo.

Amigas, amigos de Guelatao, de comunidades pueblos, de este histórico estado de Oaxaca:

Me da mucho gusto estar de nuevo aquí, visitamos Guelatao, como cada año en esta fecha, para recordar el natalicio del mejor presidente en la historia de México. En esta ocasión, como ya lo expresé, invitamos a nuestro amigo John Kerry, representante del presidente Biden en la importante tarea de cuidar el ambiente y mitigar, con la cooperación de todos los pueblos y gobiernos del mundo, el cambio climático.

No olvidemos que Benito Juárez, repito, contó siempre con la simpatía y el respeto de otro gran estadista, Abraham Lincoln, entonces presidente de los Estados Unidos de América.

Juárez fue reformador e internacionalista y su obra trasciende fronteras. Su pensamiento liberal y su acción transformadora es realmente ejemplar. Sabía con claridad que México necesitaba un nuevo Estado, un Estado nacional y una república laica, y que era preciso separar el poder público del clerical y abolir los privilegios detentados por siglos en beneficio de una minoría prepotente y conservadora.

Con esta firme convicción, en plena guerra contra los potentados y en momentos difíciles para el movimiento liberal, Juárez se lanza hacia adelante desde Veracruz, una de las varias sedes de su gobierno itinerante, y con determinación y sin medias tintas proclama las históricas Leyes de Reforma, las cuales establecieron la separación entre la iglesia y el Estado, y expropiaron a la jerarquía eclesiástica buena parte del enorme poder, sobre todo el dominio de la tierra que detentaba. En 1859, en el Manifiesto a la Nación, en el que Juárez explica el por qué de estas medidas, opina que el clero puede consagrarse “exclusivamente, como es debido, al servicio de su sagrado ministerio”, pues Juárez cree también indispensable proteger en la república, con toda su autoridad, la libertad, a la religión, dice textualmente: “por ser esta necesaria para su prosperidad y engrandecimiento de nuestro país”.

Juárez sabía que su apuesta corría el riesgo de ser interpretada como un agravio a las creencias del pueblo. Por eso procuró diferenciar lo anticlerical de lo antirreligioso. Para decirlo con más claridad, Juárez era anticlerical pero no antirreligioso. Su lucha era contra el clero, una corporación que acaparaba bienes materiales del país, mantenía sometidas a las conciencias y era dueña, en los hechos, del poder público. La religiosidad y la libertad de creencia, según los principios de Juárez debían quedar a salvo, mantenerse inalterables. El propio Juárez, que conocía muy bien los sentimientos de la gente, entre cosas nació aquí en Guelatao, una pequeña comunidad, cómo no va a conocer los sentimientos de la gente, los sentimientos de los de abajo, por eso se esmeraba en utilizar en sus discursos expresiones místicas y religiosas; antes de proclamar las Leyes de Reforma, siendo gobernador de Oaxaca, al jurar la Constitución de 1857, expresó que con la Constitución, esa ley de leyes, decía: “triunfaremos, porque defendemos los intereses de la sociedad y porque […] Dios protege la santa causa de la libertad”. Más tarde expresaba: “Dios es el caudillo de las conquistas de la civilización”.

Una vez separada la iglesia del Estado y cumplida la frase bíblica de que “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, Juárez seguía pronunciando frases religiosas. Por ejemplo, decía: “existe la voluntad, que vence obstáculos; existe el patriotismo, que hace milagros”. Y a partir de la invasión francesa, pedía, lo cito textualmente: “Pido a Dios que el triunfo de México sirva para asegurar la Independencia y respetabilidad de las repúblicas hermanas”.

Bueno, estos hombres que parecían gigantes, los liberales, entendieron muy buen cuál debía ser el mensaje al pueblo, para no confundir, para que no se manipulara al pueblo, hasta el mismo Ignacio Ramírez, El Nigromante, uno de los anticlericales más definidos del círculo selecto de liberales que fueron excomulgados por el Papa, llegó a sostener que él se hincaba donde se hinca el pueblo.

Con esa prudencia, con esa sabiduría y con una estrategia política magistral que consistió en despertar la ambición de los propietarios privados que se cambiaron de partido, de bando, y se convirtieron en liberales por el interés de quedarse con las grandes extensiones de tierras acaparadas por el clero, así con esa estrategia, al ponerse al mercado las tierras del clero, grandes extensiones de terreno se despertó la ambición de propietarios particulares que se convirtieron en liberales, y esto ayudó mucho a la causa de la Reforma, así se consumó el milagro del triunfo de la Reforma, un logro como ningún otro en el mundo, esto no sucedió en ningún país de la Tierra, esta Reforma encabezada por Juárez se trató de una excepcional hazaña; vencer a un Goliat, a un poderoso y omnímodo adversario.

No obstante, derrotados los conservadores, como es su mala costumbre, acudieron al extranjero a buscar auxilio para su causa; es decir, incapaces de ganar por la vía electoral y ni siquiera por la fuerza de las armas, un grupo de reaccionarios de nuestro país apelaron al monarca francés Napoleón III y le fueron a ofrecer el trono de México a Maximiliano de Habsburgo.

Fue así como nos invadieron cerca de 30 mil soldados franceses del entonces más poderoso ejército del mundo. Este enorme agravio hizo resurgir el más puro y leal heroísmo del pueblo de México. En esos momentos, en todas las regiones del país, en todas partes del territorio, se escuchaba la consigna de que no había término medio entre ser mexicano y traidor.

Es célebre el exhorto del general Ignacio Zaragoza previo a la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, a los mexicanos que se preparaban para defender al país de los invasores franceses, les decía Zaragoza:

“Tenemos ante nosotros al mejor ejército del mundo, pero vamos a triunfar porque ustedes son los mejores hijos de la patria”.

Y así fue. Es también célebre un telegrama en el que Ignacio Zaragoza le informa al ministro de Guerra que “las armas nacionales se han cubierto de gloria”.

Esta batalla y otras, como el heroico sitio de Puebla, permitieron a Juárez ganar tiempo y preparar la retirada al norte para mantener en alto la dignidad de la República. A mediados de 1863, ante la imposibilidad de defender la Ciudad de México, la capital de la República, Juárez salió acompañado por los integrantes de su gabinete y un pequeño equipo de gobierno, resguardado apenas por un piquete de medio centenar de efectivos. En el sencillo carruaje del mandatario viajaban los integrantes de su familia, empezando por su esposa Margarita, que estaba embarazada, y en otros carros iban los archivos de la República, indispensables para que el gobierno siguiera funcionando

Pero la carga más valiosa de esa pequeña caravana era intangible: era la dignidad nacional. Fue la dignidad la que convirtió la huida en resistencia, la debilidad material en fortaleza moral y la inferioridad en medios militares en la superioridad de la razón.

Fue la dignidad la que convirtió en un ejemplo mundial la lucha del pueblo de México por su territorio, por sus instituciones republicanas, por su autodeterminación y por su soberanía.

No es metafórico decir que el pequeño grupo que peregrinó por Dolores Hidalgo, Guanajuato; San Luis Potosí; Monterrey; Saltillo; Santa Rosa (hoy Gómez Palacio, Durango); la capital de Chihuahua y acabó literalmente orillado en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, llevaba consigo a la República.

Pero también, todas las esperanzas de México las encarnaba un presidente indomable que, ante traiciones, vacilaciones o propuestas de negociaciones indecorosas, llegó a contestarle en una carta a Maximiliano lo siguiente:

Es dado al hombre, Señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen, y de los vicios propios una virtud… Pero hay una cosa –le decía el presidente–, hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará.

Y más tarde, el 2 de marzo de 1865, le escribe a su yerno Pedro Santacilia, con la siguiente convicción:

Que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar un atentado entregándole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos o cualquiera otra nación se apodera de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho, para que las generaciones que nos sucedan lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior; pero sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándolos de un buen derecho que, más valientes, más patriotas y más sufridos que nosotros, lo harían valer y sabrían reivindicarlo algún día.

A la postre, el Imperio acabó por derrumbarse por diversos factores internos y externos. El más importante de ellos fue sin duda el tesón del gobierno juarista y la resistencia de la población mexicana. Pero también pesó en lo externo que en el continente americano el panorama previo a la invasión francesa había cambiado. En abril de 1864 el gobierno del presidente Abraham Lincoln logró la derrota definitiva de los esclavistas sureños y con ello ganó la guerra civil en la que había estado sumido Estados Unidos durante cuatro años.

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