La mayor muestra en América Latina del arte de Boris Lurie llega al Museo Nacional de las Culturas del Mundo

La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del Museo Nacional de las Culturas del Mundo (MNCM), recibe la exposición temporal No complaciente. Boris Lurie en México, la cual reúne 95 obras de uno de los artistas más radicales en la historia del arte, para reflexionar que “el olvido de los horrores del fascismo es la inminencia de la repetición”.

Así lo expresó, en representación del director general del INAH, Diego Prieto Hernández, el coordinador Nacional de Museos y Exposiciones de la institución, Juan Manuel Garibay López, al inaugurar esta magna muestra, una de las más grandes del artista ruso-estadounidense montada en América Latina, por incorporar dibujos, acuarelas, pinturas al pastel y gouaches de su época más temprana, la década de 1940, parte de la serie denominada “Guerra”.

Gracias a la colaboración de la Boris Lurie Art Foundation, la exhibición retrospectiva se presenta ahora con una curaduría y museografía a cargo del equipo de profesionales del MNCM, liderado por su directora, Alejandra Gómez Colorado. Asimismo, cabe mencionar la iniciativa de su predecesora, Gloria Artís Mercadet, en cuya gestión inició el proyecto.

Organizada cronológicamente No complaciente. Boris Lurie en México busca el reconocimiento del lugar que ocupa este personaje en la cultura artística del siglo XX, sin perder su estigma de marginal: “La muestra teje redes y resonancias, al visibilizar la discriminación, el racismo, la segregación y la violencia. El universo artístico es una herramienta esencial para que hechos históricos ominosos no se repitan nunca más”, reiteró Garibay López.

En este sentido, continuó el titular de la CNMyE, una de las misiones de los museos “es, justamente, la construcción de redes culturales de memoria que, por supuesto, significan un tejido identitario que constituye también el futuro”.

Imposible separar vida y obra para comprender las inquietudes y tormentos de un artista como Lurie, quien solo en la creación pudo sobrellevar la culpa que suele acompañar a los sobrevivientes de masacres inimaginables, refirieron la directora del MNCM, Alejandra Gómez Colorado, y el curador de la exposición e investigador del mismo recinto, Reynier Valdés Piñeiro.

Boris Lurie fue el hijo más pequeño de una familia judía de orígenes rusos. El control de Letonia por los nazis condujo a que, en 1941, fuera enviada al gueto de Riga. En diciembre de ese año su abuela, su madre, su hermana y su novia fueron asesinadas en la Masacre de Rumbula. Mientras, él y su padre pasaron por varios campos de concentración y permanecieron un tiempo en Alemania, acabada la Segunda Guerra Mundial, para después emigrar a Nueva York, Estados Unidos, con el apoyo de su hermana superviviente, Assya. Este breve contexto lo ofreció Valdés Piñeiro, para detallar los núcleos temáticos que componen le exposición: “Fragmentos de la guerra”, “Mujeres desmembradas”, “Pop Art es barbarie” y “Estrellas heridas”, los cuales poseen un carácter biográfico.

Los diferentes periodos van desde los dibujos fragmentados de los años 40, las mujeres desmembradas de los 50 (en clara alusión a los hechos de la Masacre de Rumbula), los no frontales, característicos del NO!art, hasta llegar a las estrellas de concreto y los cuchillos ensamblados de los años 60, que es la estética discursiva que define el ocaso de su trayectoria.

Hasta el 28 de mayo de 2023, las y los visitantes también encontrarán en No complaciente guiños a la cultura mexicana, país que visitó en dos ocasiones, en 1959 y en 1994. “Cuando empezamos a revisar su obra, encontramos dos piezas, Mexican woman y un collage, donde entre chicas pin-up y otras imágenes publicitarias se inserta la máscara de Tezcatlipoca, la cual, tal vez, incluyó criticando su custodia en un museo extranjero, el Museo Británico, y no en su país”, refirió Reynier Valdés. Lurie, finalizó el curador, se mantuvo al margen de las dinámicas del mercado del arte y de su cinismo intrínseco, lo cual le dio la posibilidad de desarrollar una obra franca, con una libertad expresiva como pocas, anteponiendo la denuncia de la injusticia por encima de la complacencia. De ahí el título de la exposición, pues la producción del autor “es ácida, dura, a veces chocante y, al mismo tiempo, lírica, poética. Encarna la belleza de la irreverencia”.

 

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