En tiempos prehispánicos, una de las características principales de las sociedades mesoamericanas era la repetición, manifiesta en ciclos calendáricos, palabras o prácticas rituales, que una cultura tomaba de otra para crear su propia identidad y, a la vez, encontrar formas de innovación.
Un caso concreto, relativo al uso de animales depredadores que fueron sacrificados y ataviados con los atributos de alguna deidad o de un plano cósmico, fue expuesto por el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Leonardo López Luján, en el coloquio “Imitación, adopción e innovación en Mesoamérica”, organizado por El Colegio Nacional.
En la ponencia, coescrita con los arqueólogos adscritos al Proyecto Templo Mayor (PTM), Alejandra Aguirre Molina e Israel Elizalde Méndez, evocó el modo en que los mexicas durante el siglo XV usaron una práctica que retomaron de los toltecas, pero que, incluso, puede rastrearse hasta la época teotihuacana, casi mil años antes del poderío tenochca.
En los años 40, expuso López Luján, titular del PTM, el arqueólogo Jorge Acosta exploró la Zona Arqueológica de Tula, asentando que el Edificio B de esta ciudad podía leerse como una sucesión de órdenes militares, esto a partir de los frisos que lo circundan y que incluyen imágenes de cánidos, felinos y aves rapaces que, en algunos casos, devoran corazones.
“Sabemos, además, de la presencia de guerreros ataviados como mariposas en la parte superior del Edificio B, los llamados Atlantes de Tula”, puntualizó el investigador.
Las exploraciones conducidas desde 1978 en el Templo Mayor de Tenochtitlan, detalló, han revelado la presencia de decenas de miles de individuos animales que se agrupan en más de 500 especies.
Si este número se reduce solo a las especies de superpredadores –aquellas que no tienen un cazador natural en su hábitat–, puede establecerse que existen 32 individuos encontrados con insignias, armas o con atavíos en el Templo Mayor.