De los millones de espectadores que convocará el Super Bowl LVI, el próximo 13 de febrero, en nuestro país sólo 10 por ciento corresponderá a “una afición leal, fiel, ideologizada, entregada al futbol americano; el resto aprovechará el pretexto, llenará la sala y utilizará el día para hacer algo diferente”, consideró Alejandro Byrd Orozco, académico de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán.
Para el investigador y doctor en educación, el super tazón no es lo que parece: un gran evento deportivo. “Quienes lo disputan, ya no son personas, sino personajes y, en la cultura del espectáculo y mercantil que priva, se hace una gran suma de los desvaríos del capitalismo que nos envuelven. Es un acontecimiento que se vende por donde se le quiera ver, que se monta en un escaparate, que se abre a todas las culturas y posibilidades ciudadanas. Chicos y grandes se ponen playeras, gorras y se vuelve una parafernalia”.
En 2022, las entradas para el partido más importante de la National Football League (NFL) de los Estados Unidos, donde este año Los Angeles Rams recibirán en su casa –el Estadio SoFi de Inglewood, California–, a los Cincinnati Bengals, se elevó hasta alcanzar como precio mínimo los 154 mil pesos (general) y hasta los dos millones 150 mil pesos (en zona VIP). Además, se deben adquirir dos boletos como mínimo.
El año pasado se habían tenido las entradas más caras de la historia, cuando se pusieron a la venta sólo 14 mil 500 boletos de los 75 mil lugares del Raymond James Stadium, en Tampa, Florida, que alcanzaron un precio de hasta 45 mil dólares, es decir, alrededor de 940 mil pesos.
Por supuesto, señala el universitario, sólo asisten personas privilegiadas que pueden pagar el acceso al estadio; para el resto, el disfrute del partido será en una megapantalla, rodeado de amistades, comiendo y bebiendo, o escuchando un radio, de acuerdo con las posibilidades de cada quien, “para no perderse el gran evento que, como mercancía, se vende bastante bien, y produce un impacto económico extraordinario”.
El primer Super Bowl, el partido final del campeonato de la NFL, en el que se enfrentan los mejores equipos de las conferencias Nacional y Americana, se llevó a cabo el 15 de enero de 1967. El ganador fue el equipo de Green Bay. Los actuales campeones son los Tampa Bay Buccaneers.
Para el mundo
Aparentemente acotado, en realidad el super tazón alcanza cualquier cantidad de escenarios; es imposible aislarse a la parafernalia del juego. A partir de un imperio mediático extraordinario, una sociedad como la estadounidense es capaz de exportar y hacernos creer en todo esto, añade Byrd. “Nos hacen vivir con ellos sus deportes insignia, el futbol americano y el beisbol, sobre todo”.
Alejandro Byrd recuerda que a finales de los años 70 y mediados de los 80 del siglo pasado, un mexicano jugó con los Dallas Cowboys: Rafael Septién. Entonces, la afición se movía alrededor del paisano que estaba metido en el “gran ejército”, como pateador. Tal era una razón patriótica suficiente para “irle” a ese equipo texano.
Hoy, México es el segundo país con más aficionados a la NFL y el partido más importante permea culturalmente, lo asumimos como propio, señala el académico. “Nos ha encantado seguir lo que hacen nuestros vecinos del norte; lo reproducimos y, en efecto, restaurantes y casas se atiborrarán”. Sin importar la emergencia sanitaria, la gente se reunirá; se va a exponer al contagio y arriesgará a otros.