REDUCCIÓN DE RIESGOS, RESPONSABILIDAD COMPARTIDA

En México, de acuerdo con información del Centro Nacional de Prevención de Desastres, durante 2020 como parte de los daños y pérdidas, la población afectada por fenómenos climáticos fue de 858 mil 735 personas, 255 mil 954 viviendas, 606 escuelas y 32 hospitales; de 2017 a 2020 se registraron 2 mil 392 defunciones debido a sismos, afirma Naxhelli Ruíz Rivera, investigadora del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM y coordinadora del Seminario Universitario de Riesgos Socioambientales.

Cabe señalar que según el reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial, dado a conocer el 2 de septiembre pasado, cada día de los últimos 50 años, los desastres meteorológicos han ocasionado la muerte de 115 personas y pérdidas por 202 millones de dólares; es decir, dos millones 64 mil 929 fallecimientos y 3.6 trillones de dólares en las cinco décadas.

Durante el mismo periodo, el número de catástrofes se quintuplicó, por el aumento de los fenómenos meteorológicos más intensos o extremos. Este es sólo un ejemplo de las amenazas a las que está expuesto nuestro país.

En ocasión del Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, establecido por la ONU el 13 de octubre, la ganadora del Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos (2019) detalla que en los años recientes, a nivel global, los siniestros han ido en aumento por la mayor exposición a amenazas y por los procesos de urbanización e incremento de la vulnerabilidad; México no es la excepción.

La científica social comenta que los sucesos no son naturales; comienzan tiempo antes del momento crítico más visible (por ejemplo, la emergencia por una inundación o un sismo); su origen puede ubicarse incluso decenas o cientos de años antes, apunta.

Considera que se deben diferenciar las amenazas o fenómenos que se manifiestan con gran intensidad en un determinado lugar (sismos, tsunamis, etcétera), de los moduladores del riesgo (condiciones sociales, económicas e institucionales) que definen el impacto de esas amenazas; y eso, a su vez, de los desastres, que son los contextos críticos donde se registra una pérdida de vidas, viviendas, medios de vida, infraestructura, entre otros.

Por ejemplo, si ocurre una amenaza de gran magnitud, como un sismo y hay calidad en las viviendas, se cumplen códigos de construcción y la población está preparada, el riesgo se reduce significativamente. Por ejemplo, la cuenca de México se asienta en una zona que fue lacustre, se inunda y también tiene un efecto de “caja de resonancia” de las ondas sísmicas. “Si hablamos de los factores que nos han llevado en la Ciudad de México a tener una especial exposición a amenazas, prácticamente hay que remontarnos al siglo XIV con su fundación. Así, consideramos a los desastres como procesos de larga duración”, comentó.

También hay casos donde las afectaciones duran décadas, pueden pasar varios años sin que las personas se recuperen: no se repone su integridad física, psicológica, bienes ni medios de vida. Esos problemas, desde una visión de derechos humanos, también son parte del desastre, aclara la científica.

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