Para algunos historiadores su ámbito de estudio es una humanidad venida a ciencia; para otros, es un área de estudio mitad arte y mitad ciencia. Lo cierto es que se trata de una disciplina humanística, una ciencia humana, y por tanto con sus límites en términos de rigor científico. “El hombre es la medida de todas las cosas”, decía Protágoras, y lo humano a veces falla, considera Patrick Johansson Keraudren, especialista del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), de la UNAM.
El doctor en Letras por la Universidad de París-Sorbona estima que el compromiso social del historiador es ofrecer, en la medida de lo posible, perspectivas históricas a la vez documentadas y críticas que propicien eventualmente una reflexión sobre el presente y sobre futuros rumbos.
En opinión del también profesor de náhuatl, estos especialistas tienen como responsabilidad social restituir el pasado de un pueblo en un momento dado. Por ejemplo, estamos en el contexto de los 500 años de la rendición de Cuauhtémoc (13 agosto de 1521), tema en el que hay una amplia expectación del mexicano y, sobre todo, una polémica sobre el tema de la Conquista.
Patrick Johansson Keraudren, especialista en Historia de los Pueblos Indígenas, señala que, en el caso del mundo precolombino, el hecho de que los textos de la oralidad indígena y su pictografía fueron vertidos en manuscritos alfabéticos implicó cierta refracción de la información.
Entonces, el papel fundamental del historiador es restituir su pasado a un pueblo que puede no conocerlo. En términos metafóricos, dice el investigador, “podríamos decir que un pueblo que desconoce su historia es como una planta sin raíz que no puede crecer, por lo menos culturalmente, o como una persona que sufre de amnesia”.
Asimismo, refiere que hay quienes, incluso, olvidan la historia reciente porque este lapso “aún no cuaja del todo, es como un cemento que aún no seca, pero por mucho que sea reciente, es un pasado y tiene un valor histórico”.
Patrick Johansson Keraudren, quien desarrolla las líneas de investigación “La muerte en el mundo náhuatl prehispánico”, y “La semiología de la imagen en los códices nahuas”, entre otras, asegura que la historia de México es apasionante.
“El periodo prehispánico me parece más apasionante todavía: este pueblo que vivía en un contexto socio-cultural preñado de humanismo, aun cuando los sacrificios humanos, y las guerras “institucionales” pudieran poner esta afirmación en tela de juicio. Creo que realmente había una percepción del mundo, un arraigo profundo en la naturaleza. La opción existencial que tenían los antiguos pueblos prehispánicos me parece interesantísima”.