CDMX. 25 de noviembre de 2018.- Elisa recuerda que, durante los 20 años de vivir con su pareja, hubo de todo, menos amor.
“A mí me robaron a los 16 años y él no tardó en pasar de los gritos a los golpes, no aguantó la responsabilidad de los hijos y se fue, dejándome con ellos y con un terreno que ya no nos pertenece”.
A sus 45 años, la salvadoreña menudita, de trato suave y voz pausada, dice que desde que salió de su país con 100 dólares en la bolsa, en su mente están, en ese orden: sus cinco hijos, llegar a Estados Unidos y establecer un negocio de corte de cabello para las ‘gringas’, además de enviar mensualmente 200 dólares para su familia.
De tez morena, le brillan los ojos y sonríe al describir su futuro: quiero mucho a México por la oportunidad que nos ha dado, pero yo me veo en Estados Unidos.
“Donald Trump debe entender que somos gente buscando mejorar, que somos personas que al igual que su familia, buscan una oportunidad para vivir dignamente”.
Ella forma parte de los 403 migrantes de la tercera caravana de centroamericanos que buscan alcanzar el American Dream y que la víspera fueron trasladados de la Casa del Peregrino, en la alcaldía Gustavo A. Madero, al Faro de Tláhuac en la alcaldía del mismo nombre, a 30 kilómetros de distancia, al sur de la ciudad.
Desconfiada, acepta la charla con Notimex. No pide nada a cambio, sólo que se respete su anonimato, para no meterse en problemas.
Describe un panorama desalentador en su país: violencia en las calles, en el trabajo y, desafortunadamente, en la familia. En ese contexto, dejó a sus hijos de entre 13 y 18 años.
‘Elisa’ se sienta en una banca. Su rostro no refleja su edad. Tiene la mirada triste. Le pesan ya los más de 30 días de caminata.
Sin embargo, su rostro se enciende cuando habla de su futuro: “quiero instalar un salón de corte de cabello para las norteamericanas; lo único que necesito son unas tijeras, soy buena para los cortes y dejar guapas a las mujeres”.
Reconoce que el panorama se torna difícil, mientras se acercan a la frontera.
“Pero si hay que lavar trastes o limpiar no hay problema, todo se vale, mientras sea trabajo, con ello podría estar en condiciones de mandar los 200 dólares que necesita mi familia para salir adelante en El Salvador”.
Mientras platica su odisea hacia la Unión Americana, se escucha la voz de varios niños de la caravana, que se divierten con una pelota y aprovechan para desayunar tamales y café caliente.
En varias partes de la conversación, su mirada se desvía por momentos, ‘me acuerdo de mis hijos, que se quedaron allá, con aquella violencia y desesperanza’, por ello también quiere aprender mecánica para poder reparar las motocicletas que hay en su natal Salvador y enseñarles el oficio a sus hijos.
Y mientras sus sueños se cumplen y busca fortalecer su esperanza, día a día, en el Faro de Tláhuac la vida dominical sigue su curso. En los alrededores, decenas de corredores pasan frente a la carpa donde fue instalada la tercera caravana, compuesta por 300 hombres, 68 mujeres y 35 niñas y niños.
Frente al lugar, varios centroamericanos tratan de pasar el día observando a las familias que se dan cita en un gotcha ubicado justo frente a la carpa donde se espera permanecerán hasta después del 1 de diciembre.