Por: Roberto Noguez Noguez
CDMX. 13 de noviembre de 2018.- Al cruzar las puertas del atrio Luis cerró sus ojos, levantó el rostro hacia el cielo y de sus labios salió un murmullo que dio forma a una oración que se fue elevando lo mismo que sus manos, más de una vez había soñado con pisar la Basílica de Guadalupe, ahora a mitad de su camino rumbo al norte, más que un milagro pide la fortaleza necesaria para llegar a su destino.
En su pecho lleva una cruz que le recuerda a su esposa y a sus hijos, fue el último regalo que le dieron antes de salir de Honduras en la Caravana Migrante, ahora, ese pequeño dije evoca su hogar y al mismo tiempo, le da a cada uno de sus pasos el brío para continuar, para llegar a Estados Unidos y poder darle una vida mejor a su familia.
Detrás de Luis vienen más personas como él, decenas de hombres y mujeres que han dejado su patria, su gente, su vida; con rostros morenos, bronceados por el sol, por las horas caminando con el sol a cuestas por las carreteras del sur de México, soportando el cansancio, el mal tiempo, con miradas opacas que recuerdan que ‘lo que era un imposible, que todo mundo sepa que el sur también existe’, como dijera Benedetti.
Al entrar a la Basílica y tener de frente a la virgen, Luis despoja de su cabeza el sombrero de paja y se santigua, lentamente se pone de rodillas y entonces empieza a rezar otra vez en susurro que pretender llegar a los oídos de ella; entonces ese bisbiseo se va reproduciendo entre las demás bocas que están a su lado.
Para él, estar en la Basílica es un sueño cumplido, algo que necesitaban para pedirle a Dios que les de fuerza para continuar su camino rumbo al norte, que los proteja en aquellos senderos difíciles para que puedan llegar bien, de bendecir con aquella agua la cruz que le recuerda su familia y la razón por la que está ahí.
“Estar aquí es algo inolvidable que nunca pensé vivir, no tengo palabras, a veces las palabras quedan cortas para expresar, con esto pago el viaje, lo que pueda pasar de aquí en adelante es un deseo cumplido, sé que va a interceder con Dios para que lleguemos a nuestro objetivo”.
Por lo que Luis solo pide a la virgen fuerza, porque a pesar del cansancio físico dice que mentalmente aún tiene la vitalidad, las ganas de continuar, de seguir adelante por las tierras mexicanas rumbo a la frontera norte.
La parada de la Caravana Migrante en la Basílica ha sido eso, una forma de recargar las baterías emocionales y continuar, de mirar la imagen de la virgen a los ojos y rezar; un lugar que para muchos era algo parecido a un sueño que pensaban imposible, pero que al estar en la Ciudad de México no pudieron desaprovechar.
También es un descanso, una oportunidad de mirar a la capital mexicana desde la cima del cerro del Tepeyac, mirar el horizonte brumoso que opaca al sur los rascacielos y soñar, de tomarse una foto como cualquier turista, ese recuerdo de haber pasado por la urbe que tanto habían visto por televisión y que parecía inalcanzable.
Al final, una lluvia mansa los despide al salir del atrio de la Basílica, lentamente avanzan hasta el Metro para regresar al albergue y descansar un par de horas antes de ser continuar su camino por México rumbo a Estados Unidos.