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Ciudad de México. 27 de octubre de 2018.- Dos de las celebraciones más importantes de México se realizan en noviembre. De acuerdo con el calendario católico, el día primero está dedicado a Todos los Santos y el día dos a los Fieles Difuntos, fechas en las que se llevan a cabo rituales para rendir culto a los muertos.
Por otro lado, siguiendo la creencia popular, el Día de Muertos es el tiempo en que las almas de los parientes y amigos muertos regresan a casa para convivir con los vivos, y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares u ofrendas.
Esta celebración se practica en todo México, siendo participes comunidades indígenas, grupos mestizos urbanos y campesinos.
Siguiendo con la creencia popular, el día primero de noviembre se dedica a los ‘muertos chiquitos’: a aquellos que murieron siendo niños; el día dos a los adultos. En algunos lugares del país el 28 de octubre corresponde a las personas que murieron a causa de un accidente y el 30 se espera la llegada de las almas de los ‘limbos’ o niños que murieron sin haber recibido el bautizo.
La celebración de Todos los Santos y Fieles Difuntos se ha mezclado con la conmemoración del día de muertos que los indígenas festejan desde los tiempos prehispánicos. Mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano tras la Conquista.
Previo al mal llamado descubrimiento de América, dicha celebración se realizaba en el mes de agosto, coincidiendo con el final del ciclo agrícola del maíz, calabaza, garbanzo y frijol. Los productos cosechados de la tierra eran parte de las ofrendas a los muertos.
Bajo la perspectiva católica, los Fieles Difuntos es un acto de luto y oración para que descansen en paz los muertos. Al mezclarse con la tradición indígena se ha convertido en fiesta, en carnaval de olores en el que los vivos y los muertos conviven.
El Día de Muertos, como culto popular, es un acto que lo mismo nos lleva al recogimiento que a la oración o a la fiesta; sobre todo esta última en la que la muerte y los muertos deambulan y hacen sentir su presencia cálida entre los vivos.
Hoy también vemos que el país y su gente se visten de muchos colores para venerar la muerte: el amarillo de la flor de cempasúchil, el blanco del alhelí, el rojo de la flor afelpada llamada pata de león… Es el reflejo del sincretismo de dos culturas: la indígena y la hispana que ha creado un nuevo lenguaje.
La celebración de Día de Muertos es una celebración a la memoria. Los rituales reafirman el tiempo sagrado y el tiempo religioso, tiempos de memoria colectiva.
Entre los antiguos pueblos nahuas, después de la muerte, el alma viajaba a otros lugares para seguir viviendo. Por ello es que los enterramientos se hacían a veces con las herramientas y vasijas que los difuntos utilizaban en vida, y, según su posición social y política, se les enterraba con sus acompañantes, que podían ser una o varias personas o un perro. El más allá para estas culturas, era trascender la vida para estar en el espacio divinizado, el que habitaban los dioses.
Con información de Patzcuaro.com