¿Conoces a Margarita Ríos-Farjat, la nueva titular del SAT?

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Acustik Noticias

Ciudad de México. 5 de diciembre de 2018.- La mañana de este miércoles, durante su conferencia matutina, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que Margarita Ríos-Farjat es la nueva titular del Servicio de Administración Tributaria (SAT). Pero, ¿quién es ella? Con información de El Universal, te presentamos a la nueva funcionaria.

Margarita Ríos-Farjat es abogada con maestría en derecho fiscal y doctorado en política pública, es editorialista en medios de comunicación, profesora en la Facultad Libre de Derecho de Monterrey, Nuevo León, y, por si fuera poco, poeta.

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Siguiendo una reseña profesional de Ríos-Farjat de una publicación de la UNAM, se indica que es originaria de Monterrey, Nuevo León, y fue ‘becaria del Centro de Escritores de Nuevo León (1997-1998)’.

Además, fue ‘primer lugar de los concursos Literatura Universitaria (UANL, 1993)’, así como en ‘Poesía Joven de Monterrey (1997) y Nacional de Ensayo Jurídico (Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, 2000)’.

Se menciona que ha sido editorialista de ‘El Porvenir (1993-1995); autora de los poemarios Si las horas llegaran para quedarse (Oficio Ediciones, 1995) y Cómo usar los ojos (Conarte/Bonobos, 2010). Su poesía aparece en varias antologías, recopilaciones y revistas’.

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El 7 de noviembre de 2017, Ríos-Farjat presentó el libro Solón Argüello. Antología Poética, editado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), de la también poeta, escritora, comunicóloga y esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller, en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).

A continuación te compartimos un poema de Margarita Ríos-Farjat publicado en Punto de partida de la UNAM:

Añoranzas                                                                                 Un desierto                                                                                que hoy se sigue llamando Tacubaya.                                                                               Nada quedó.

                                                                              José Emilio Pacheco.

Dice José Emilio que de Tacubaya nada quedó. Octavio Paz añoró siempre el Mixcoac que se le fue. Mixcoac me recibió como la rama del roble al pájaro que cae del nido y no sabe dónde está. Y Tacubaya era su nombre de palo de lluvia girando en el tiempo vía de paso de espíritus de agua peregrinos bajo el cielo. Y como ellos y como tantos también yo fui un espíritu de agua cruzando Tacubaya un pequeño río brotando de Mixcoac y cascada en Chapultepec cada domingo, y un espíritu de bosque palpando las cortezas de la infancia, madera adolescente de Insurgentes al Zócalo, y de Los Juárez a San Borja. También yo tracé con largas ramas el camino de la escuela, del parque hundido y de mi casa, y de temibles consultorios y abigarradas misceláneas y del cine y las amigas iluminando las cafeterías, y las librerías interminables de Donceles donde me hablaban tantas voces que      nunca se callaron. Y con otros niños tejí la enredadera de mi infancia por más de una década y en menos de un instante, y se me trazaron en opresivas venas las calles, las aceras y las huellas de patines entre estacionamientos, entre paréntesis, entre las etapas de la vida, en la sala de espera interminable de los veinte años —que no llegaban nunca— y entre largas cuadras de paciencia para llegar a cualquier lado el cotidiano sentido de la trayectoria sobre la gran ciudad, sobre la vida y sobre la balanza del tiempo y sus horas de plomo. También hundí raíces debajo de edificios porque la tierra de Mixcoac es tierra buena y húmeda y no es agreste y colgué altas hojas y colgué mis sueños entre azoteas anaranjadas y serenos monumentos en las ventanas abiertas de la gran ciudad grande para no ser nadie para ser sólo uno mismo y ser de aire y volar en polución de nubes o a los volcanes si alcanza la vista o encarnarse como encino en el Ajusco, donde el agua brota, donde el agua cae, un espíritu de agua rondando el gran Distrito. ¿Y dónde están ahora esas hojas y esos sueños? No, no es que no quede nada es que las mudanzas de la vida son pesadas se rompen uñas y raíces por no irse y queda el alma como planta mutilada. No hubo tiempo para descolgar los verdes sueños y las altas hojas, tuve que inventarme otras con la raíz a medias y en la tierra agreste, sin uñas ni defensa propia. Allá quedó una parte de mis pies y una parte de mis ojos, allá quedó el nido de altas hojas y resecos sueños y quién sabe si hoy regreso lo que encuentre. Y no es que añore Mixcoac ni calle alguna, ni la luz de un sol determinado sino todo el escenario como era y a mis amigos niños, sin todo ese futuro del que se llenaron y del que yo ya no fui parte. Dicen que hace tanto no quedaba nada y para mí estaba todo dicen que ahí sigue y no lo encuentro en parte alguna. Los poetas se añoran a sí mismos, cada día se van perdiendo, dejan todo, se reinventan, se vacían, se detienen frente al tiempo a reclamar su paso, se detienen en el tiempo y se reclaman a sí mismos, nada les pertenece y todo es suyo, se cruzan de brazos, se extienden. Son libres y se dan la vuelta. Los poetas se añoran a sí mismos, eso es todo. Quede o no quede ya nada.

Con información de El Universal.

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